Tizatlán, rastros de la caída de un imperio

*En la Zona Arqueológica cada piedra, cada estructura, parece ser un recordatorio del poderío de una civilización que, aunque hoy desaparecida, sigue viva en las huellas que dejó atrás 

Beto Pérez

Tlaxcala, Tlax.- Sólo el sol de la mañana se filtra suavemente a través de las copas de los árboles, iluminando los vestigios de una antigua ciudad que una vez fue próspera y vibrante: Zona Arqueológica de Tizatlán, donde el tiempo parece detenerse mientras los ecos de siglos pasados susurran en el viento.

Aquí, en el corazón de lo que alguna vez fue un importante centro de poder en Mesoamérica, las huellas de las antiguas civilizaciones todavía permanecen vivas, invitando a los visitantes a adentrarse en la historia profunda de una región llena de simbolismo y de secretos por desvelar.

El sitio forma parte de un pedazo de la historia de esta nación: un 23 de septiembre de 1519, aquí se pactó la alianza militar hispano-tlaxcalteca, entre Xicohténcatl Huehue y el conquistador español Hernán Cortés, hecho que desencadenaría la caída del más grande poder prehispánico: El imperio Mexica.

En la actualidad son algunos monumentos los que siguen de pie, pero al caminar por los senderos de Tizatlán, siguen transmitiendo la grandeza de un pasado lleno de vida. Los basamentos piramidales, las plataformas y las estructuras en forma de templos y palacios, aunque erosionadas por el paso del tiempo, hablan de una cultura altamente avanzada en ingeniería y urbanismo.

La estructura más destacada de la zona es el Templo de los Jaguares, un imponente conjunto arquitectónico que originalmente fue dedicado a la deidad de la guerra, Huitzilopochtli.

La pirámide que forma su base, aún bien conservada, se eleva hacia el cielo, recordando a los visitantes la importancia que tuvo este sitio en la cosmovisión tlaxcalteca.

Aunque muchos de los adornos que alguna vez decoraban el templo han desaparecido o han sido saqueados, todavía es posible imaginar la magnificencia de los relieves y esculturas que adornaban sus muros, representaciones de felinos, guerreros y símbolos cósmicos.

A unos metros, la Plaza Principal ofrece un espacio donde han encontrado evidencias de rituales religiosos y de la vida cotidiana de los antiguos habitantes de Tizatlán. Este es el espíritu que vive en la Iglesia a un costado. A lo largo de la plaza se distribuyen varias plataformas y estructuras, algunas de las cuales fueron utilizadas como lugares de observación astronómica o centros ceremoniales.

La conservación de los monumentos y vestigios requiere un esfuerzo constante para evitar el deterioro debido a las condiciones climáticas, pero sus habitantes han permitido no solo preservar el sitio, sino también realizar investigaciones arqueológicas que siguen arrojando nuevos conocimientos sobre la historia de Tlaxcala y de Mesoamérica. Aquí la idea de memoria viva es contundente.

Al final del recorrido, uno no puede evitar sentirse profundamente conmovido por la magnitud de lo que alguna vez fue Tizatlán.

Cada piedra, cada estructura, parece ser un recordatorio del poderío de una civilización que, aunque hoy desaparecida, sigue viva en las huellas que dejó atrás. El paisaje, bañado por la luz dorada del atardecer, invita a reflexionar sobre el paso del tiempo y la resiliencia de las culturas prehispánicas.

 

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